Los cerambícidos o escarabajos longicornes son coleópteros de largas antenas cuyas larvas son xilófagas, es decir, se alimentan de madera. Los del género Cerambyx, especializados en quercíneas, alcanzan gran tamaño y, debido a que las larvas son también notablemente grandes, las galerías que excavan en los árboles pueden dañarlos considerablemente. En general se alimentan de las partes más duras de la madera sin ocasionar daños a los vasos conductores del árbol pero las larvas que entran al corazón del árbol desde puestas muy superficiales o las que salen a la periferia para pupar antes del vuelo del adulto pueden perforarlos llegando a matar al árbol en los casos más graves. Además, la perforación de la corteza debilita al árbol y lo hace más susceptible a la entrada de agentes patógenos u otros insectos perforadores así como aumenta considerablemente el riesgo de caída o rotura por agentes meteorológicos adversos.
Cerambyx wellensii es una especie muy similar al más conocido Cerambyx cerdo, típica plaga de encinas, alcornoques y melojos. Las larvas viven hasta tres años alimentándose del duramen del árbol -necesitan mucho tiempo para crecer pues la madera es un alimento muy poco nutritivo- y los adultos tan sólo viven un mes y medio, desde finales de junio hasta mediados de agosto. Apenas se alimentan, de hecho sus fuertes mandíbulas tienen por objetivo a sus propios congéneres. En ese efímero mes y medio de vida, la única meta del adulto es la reproduccion. Vuelan al anochecer siempre que la temperatura sea cálida y constante y no son fáciles de detectar por su carácter arborícola y su discreción. Esto explica que los descomunales boquetes que horada la larva en los troncos de los árboles a los que deja como un auténtico queso Gruyère sea la única señal de que un bosque esté siendo terriblemente dañado por alguna especie de Cerambyx.
Agradecimientos: A Alberto Hurtado que me acogió amablemente en su caza de gamusinos y, como siempre, me contó muchas cosas interesantes sobre entomología y sanidad forestal.